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sábado, 23 de julio de 2011

Invasión

Incursionando en el campo del terror, el suspenso y la acción, traemos nuestra nueva creación: "Invasión". Una historia que cuenta cómo un virus zombie se toma una ciudad. ¡Disfrútenlo!

Se informa a todos los ciudadanos con vida que deben desalojar la ciudad en menos de 45 minutos. Se ha programado el envío de misiles para destruir un área de 980 kilómetros. Motivo: erradicar el extraño virus que azota a la localidadsonó la advertencia radial hecha por las fuerzas militares del lugar Repito: se informa a todos los ciudadanos…

¡Maldición! ¡No tenemos tiempo! renegó Russell ¡Hay cientos de ellos afuera! ¡¿Cómo $#¡% pretenden que vamos a salir tan rápido con todos esos monstruos afuera?!

Ya cálmate y pensemos un plan antes que nos encuentren razonó Joseph. Debemos hallar el límite más cercano para huir de la ciudad, pero somos turistas y no conocemos el terreno, ¿qué hacemos?

Podemos irnos por las colinas propuso Susan. No están lejos de aquí y si logramos cruzar la cima, nos serviría como protección en caso de que nos demoremos mucho y lleguen los misiles.

¿Pero no nos demoraríamos más subiendo todas las colinas? preguntó Joseph.

Sí, pero no podemos salir por otro lugar. Todas las salidas están bloqueadas: los puentes, las autopistas, todas las carreteras fueron cerradas para evitar que ellos salieran.

La chica sexy tiene razón dijo Russell mientras le miraba el cuerpo a Susan. No perdamos tiempo y huyamos ya.

Bien. Susan nos guiará, nosotros la cubriremos en caso que aparezcan cerca de ella. Tendremos que correr, hay, por lo menos, dos docenas de ellos afuera de la casa —afirmó Joseph mientras miraba por una rendija de la ventana.

—Tengo una granada —intervino Russell—. Se la podemos lanzar y correr en ese momento.

—Está bien. Hagámoslo.

Russell tumbó la puerta de una patada. Era enorme, parecía militar, además de ser vulgar. En ese instante, el ruido hizo que todos los zombies fijaran su mirada en ellos. Quien había derribado la puerta sacó una granada de su bolso, le quitó el seguro con sus dientes y la arrojó a los casi treinta infectados que estaban frente a la residencia. La explosión hizo que algunos vidrios de la casa se quebraran y, en medio del humo, los tres aprovecharon para salir corriendo por una calle residencial. Joseph empuñaba una desert eagle; Susan, una glock 17; y Russell, una UZI 9mm.

Siguieron corriendo libremente unas cuatro cuadras rectas, sin embargo, debían doblar a la izquierda para enfilarse hacia las colinas.

— ¡Mierda, son muchos! —gritó Russell al ver más zombies cuando dieron la vuelta.

— ¡No podemos huir, tenemos que matarlos! —se agitó Joseph— ¡Disparen a la cabeza!

Alrededor de 20 infectados se encontraban frente a ellos y todos se habían percatado de su presencia, de su sangre fresca. Los disparos comenzaron. De manera muy rápida, Joseph descargó toda su carga, lo mismo que Russell; mientras que Susan usó habilidosamente su arma y voló, casi con perfección, y sin desperdiciar ni un solo disparo, la cabeza de seis zombies. Los hombres la miraban asombrados y veían cómo, uno por uno, iban cayendo todos los monstruos. Sin embargo, eran muchos para la carga de una glock 17, y pronto tuvo que cargar. Afortunadamente, Joseph y Russell ya tenían cargadas sus armas y volvieron a disparar, esta vez con más precisión. Luego de una serie de disparos acertados y un aterrador momento, lograron exterminarlos.

—Eso… estuvo… cerca —expresó Joseph, agotado—. No sabía que fueras tan buena usando armas, Susan; eso nos puede resultar de gran ayuda.

—Sí, eso te hace ver más sexy, ¿eh? —balbuceó Russell.

—Gracias, Joey —sonrió la chica—. Pero tú, ¡come polvo, depravado grandulón!

Russell se rió. Estaba acostumbrado a ese tipo de desprecio. Sin más demora continuaron su camino, pero de manera más sigilosa, para evitar un nuevo encuentro con los infectados. Recorrieron unas cinco cuadras eludiendo a los zombies, hasta que se dieron cuenta que aún les quedaba mucho camino por recorrer y ya habían pasado casi 20 minutos, les quedaba cada vez menos tiempo para sobrevivir, y estaban muy cansados para correr o para enfrentar a más monstruos.

—Necesitamos un vehículo —propuso Susan.

—Buena idea… debimos haberlo pensado desde un principio. Hemos desperdiciado ya muchas municiones, energía y tiempo —afirmó Joey con un gesto de desesperación— ¿Cuánto nos queda?

—Veinticinco minutos —respondió la chica.

— ¡Nos vamos a joder! ¡NOS VAMOS A JODER! —desesperó Russell.

—Guardemos la calma —serenó Joey—. Estamos en una ciudad, debemos estar rodeados por carros, motos, y cualquier tipo de transporte.

Atravesaron un callejón detrás de una casa en busca de un parqueadero o algún lugar en dónde buscar un automóvil. Joey iba en cabeza del grupo, lo seguía Susan y Russell terminaba la fila.

—Creo que esto no lo pensamos muy bien —susurró quien iba primero—. Está algo oscuro acá, creo que estamos cometiendo un error.

—Ya cállate y caminemos rápido que no veo dónde estoy pisando y eso que aún no ha anochecido —gruñó el último de ellos.

Joseph mantenía su arma enfrente, con sus brazos estirados; Susan, por su parte, la tenía pegada a su pecho, sujetada con ambas manos y con sus extremidades superiores flexionadas; mientras que Russell, la portaba en una sola mano, a la altura de su hombro derecho, con su brazo arqueado y relajado. Unas gotas caían del techo. Abajo, en el piso, se sentía cómo pisaban la superficie mojada. El callejón era largo, a pesar de ser una especie de atajo. Las gotas continuaban cayendo, cada vez más constantes. Escucharon algo crujir. Joey se alarmó y paró.

—Mocoso, sigue caminando —renegó Russell— ¿Acaso no ves que tenemos tiempo límite? Te juro que si me muerden, me encargaré de perseguirte y arrancarte tu piel pedazo por pedazo mientras que…

Joey miró arriba.

— ¡CUIDADO!

Un zombie saltó desde el techo y cayó encima de Russell. Lo sujetó por la espalda y forcejeó con él en busca de una mordida. Era asqueroso, tenía media cara destrozada, su cerebro casi estaba afuera de su cráneo. Un “aghhh” salió de su boca y se lanzó, con su boca abierta y dispuesta a morder, al cuello de su víctima.

Joseph reaccionó rápido, dirigió la mira de su arma hacia el infectado. Susan se agachó para dejarle libre el camino. Un sólo disparo bastó para volarle la cabeza por completo al zombie.

—“Bingo” —dijo Joey al ver cómo el cuerpo sin cabeza se desplomaba y dejaba libre a Russell.

Sin embargo, se pasó de confiado. Descuidó su guardia y un nuevo zombie le saltó por detrás con su boca, semidestrozada, abierta y a centímetros de su cuerpo. Unos disparos le pasaron rozando a Joseph su mejilla derecha, y sintió cómo, a sus espaldas, caía el monstruo.

—Te regreso el favor —expresó Russell haciendo un intento de sonrisa.

—Tenemos que seguir —interrumpió Susan, mirando su reloj—. Con todo esto hemos perdido siete minutos, lo cual nos da unos 18 minutos para salir de la ciudad. Nos debemos apresurar más.

De manera que salieron del callejón y fueron a parar al estacionamiento de un centro comercial. Impresionantemente, había tan solo un auto y todo el lugar estaba atestado de zombies.

—No tenemos opción —sentenció Joseph—. Uno de nosotros irá por el carro, mientras que los dos restantes se encargarán de cubrirlo, eliminando a la mayor cantidad de infectados. Por la habilidad con las armas, sugiero que sean ustedes dos quienes disparen y yo iré por el auto, lo encenderé y los recogeré lo más rápido que pueda.

—Me parece un buen plan —opinó la chica—. Pero necesitamos más armas.

—No te preocupes —habló riendo Russell mientras abría su mochila—. Tengo algunas amigas más aquí.

Unos segundos después, le arrojó a Susan una M-16, y sacó para él una HK416.

— ¡Por Dios! —exclamó Joey, impresionado— ¿De dónde sacaste todas esas armas? ¡Mira, hay más en ese bolso!

Russell rió, y respondió:

—Digamos que me trabajo con ellas.

—Así que eres un bandido —afirmó Susan.

—Algo por el estilo, pero nunca hablo de mi empleo.

—Dejemos esto de lado —sentenció Joey—. Es ahora o nunca. A la cuenta de tres saldré corriendo hasta el automóvil y ustedes entrarán en acción. Intenten caminar hacia mí para que sea más fácil ingresar al vehículo. Una, dos… ¡tres! “¡Let´s rock!”.

Tenía que recorrer una distancia de 50 metros desde el final del callejón hasta el auto. Joseph corrió tanto como podía. Susan y Russell salieron al mismo tiempo y una lluvia de balas infestó el sitio. Joey se tropezó con un zombie en su camino, pero le voló la cabeza con dos disparos. Continuó corriendo hasta alcanzar la puerta del vehículo. La abrió. Estaba sin seguro. Las llaves todavía estaban pegadas. “Sí, qué alivio”, pensó ya estando dentro del carro y sentado en la silla del conductor. Movió las llaves y el auto encendió a la perfección.

— ¡Sí! ¡En sus caras, monstruos!

Miró a través del retrovisor para dar marcha atrás, pero lo que vio lo hizo saltar de su asiento. Un rostro sin ojos y lleno de sangre estaba en la parte trasera. El infectado se lanzó a morderlo. Joey lo esquivó. La mordida fue a parar en el respaldo de la silla. Con rapidez, el monstruo despegó sus colmillos del acolchonado y se volvió a lanzar. Esta vez, su cerebro voló luego de recibir un impacto de bala proveniente de la pistola del ocupante delantero.

Afuera, Susan y Russell se jugaban la vida acabando con todos los zombies. La velocidad de disparos y la potencia que tenían sus armas, le facilitaban las cosas. Alrededor de 23 infectados yacían desplomados, a causa del torrente de disparos.

— ¡Cargador! —gritó la chica, luego de sacar el cartucho de 30 balas vacío.

Russell le tiró un cargador lleno y Susan se lo incorporó a su arma. Pese a la cantidad de monstruos que habían derrotado, el lugar continuaba lleno de ellos. Pero, pronto, Joey llegó con el auto hasta la posición de los dos.

— ¡Suban! Y saquen a nuestro amigable acompañante de atrás.

Russell abrió la puerta de atrás y sacó al zombie que había atacado anteriormente a Joseph. Susan, por su parte, se montó en la parte de adelante. El auto quemó llantas durante unos segundos, pero luego embistió contra los infectados que se atravesaron en su camino. Unas cuadras más adelante llegaron al límite de la ciudad y las colinas.

—$@%°#@& ¡Esto está encerrado! —escandalizó Russell— ¡Nunca vamos a poder salir de acá!

La salida hacia las colinas también estaba sellada. Un muro de contención encerraba el sitio.

—Calmémonos —dijo Joey—. Ya hemos llegado hasta aquí, no nos queda otra alternativa que escapar por este sitio, sea como sea.

—Joey tiene razón —expresó Susan—. No tenemos tiempo para buscar otra salida. Tenemos 12 minutos para subir la colina y salvarnos.

—Bien, y ¿cómo nos salvarás de esta, chiquillo? —preguntó arrogante Russell.

—Pues… —dudó Joseph— El muro no es tan alto. Podemos poner el auto contra él, subir al capote de éste y saltar al otro lado.

—Perfecto —adicionó la chica— Hagámoslo.

Joey condujo el vehículo hasta que el lateral derecho quedara contra el muro, salió del auto y miró a los demás.

—Primero las damas —le dijo a Susan—. Russell y yo te ayudaremos a montarte sobre el muro.

—O, tal vez, primero ellos —manifestó Russell apuntando hacia la espalda de los dos restantes.

Eran, posiblemente, unos 200 zombies que corrían hacia los tres sobrevivientes.

— ¡Sube rápido, Susan! —gritó Joey—. Es tu oportunidad.

—Pero… Joey, no —dudó la chica, con sus ojos llenos de lágrimas—. Yo… tú… quiero que vengas conmigo. Tú me… tú me…

— ¡Oh, por Dios! —interrumpió Russell— ¡Nos van a comer como perro a salchicha!

Sin más demora, ambos chicos ayudaron a Susan a cruzar el muro.

— ¡Estoy bien! —les dijo luego de caer al otro lado— ¡Apúrense!

Pero los zombies ya habían alcanzado al auto, y golpeaban con fuerza los vidrios, las puertas e intentaban subirse al capote.

—Tu turno, mocoso —le dijo Russell a Joey—. Yo me entretendré un rato volando cabezas. ¡Hazlo!

—Está bien —respondió—. Te esperamos del otro lado.

Russell le guiñó un ojo y comenzó a dispararles a los zombies con su HK416. Joey hizo su mayor esfuerzo por trepar la pared, y al final, lo logró. Saltó al otro lado del muro y se encontró con Susan. Ella lo abrazó y cuando lo soltó, se dieron un apasionado beso.

—No quiero que te vuelvas a separar de mi lado, Joey.

—Intentaré no volverlo a hacer. Te lo prometo.

— ¡Corran! —escucharon decir a quien estaba matando a los infectados— ¡Esto se está poniendo feo! ¡Suban la colina y váyanse sin mí!

— ¡No podemos! —gritó Joseph— ¡Y no lo haremos! ¡Te vamos a esperar!

— ¡No sean idiotas! —respondió Russell— ¡Les quedan menos de 10 minutos! ¡Váyanse!

—Él tiene razón, Joey —razonó Susan—. Debemos irnos. Nos quedan 7 minutos. Debemos correr.

Luego de unos segundos mirando fijamente a Susan, Joey reaccionó. Tomó de la mano a la chica y comenzó a correr cuesta arriba.

— ¡Te esperamos del otro lado, grandulón! ―dijo el hombre a punto de llorar.

Corrieron intensamente. Los minutos pasaban rápido. Escucharon unos aviones sobrevolar la ciudad. “Son las bombas”, pensó Joseph. Llegaron a la cima de la colina y se deslizaron cuesta abajo. Miraron hacia el cielo y vieron dos aviones de guerra. De cada una de sus alas voló un misil hacia la ciudad. Un rugido rompió el silencio.

― ¡Bomba! ―escucharon decir, y vieron cómo Russell saltaba de la cima de la colina y rodaba hacia ellos.

El estallido los ensordeció. Se agacharon y, a pesar de estar cubiertos por la colina, sintieron cómo la onda expansiva los sacudía.

Una ciudad había desaparecido del mapa. Más de 5 millones de habitantes habían sido reducidos a la nada. Hogares, colegios, estadios, centros comerciales y recreativos, todo se había ido. Este fue el momento más aterrador que vivieron. Sus vidas corrieron peligro, pero sus habilidades para la supervivencia marcaron la diferencia.

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